La voz Pirata viene del latín pirāta, que procedería del griego πειρατης (peiratés) compuesta por πειρα, -ας (peira), que significa ‘prueba’; a su vez deriva del verbo πειραω (peiraoo), que significa ‘esforzarse’, ‘tratar de’, ‘intentar la fortuna en las aventuras’.

 

 

 

 

Piratería en la Antigüedad

La piratería fue, durante siglos, una característica habitual de la vida en el Mediterráneo. Sus costas eran favorables a esta actividad, costas áridas y rocosas no adecuadas para la agricultura por lo que el principal medio de sustento era la pesca, la mayoría de los hombres tenían barcas, habilidades marineras y conocimientos de navegación. Cuando la pesca no era suficiente, muchos se dedicaban al robo y saqueo de los barcos que, cargados de tesoros, pasaban frente a sus costas ya que las rutas de comercio terrestre eran pocas, las principales líneas de comunicación eran por mar. Además, la costa rocosa era adecuada para la piratería, servía de refugio y escondite de las embarcaciones que surgían de repente, cuando ya era demasiado tarde para sus víctimas.

En tablillas de barro de Babilonia y el antiguo Egipto, se menciona a los Lukka y los Shirdana «pueblos del mar» que saqueaban tanto barcos como ciudades. Aunque no dudaron en contratarlos como mercenarios a su servicio al crecer el poder de Grecia y Persia.

El legendario rey Minos fue el primero en construir una flota combatir la piratería.

Estos primeros saqueadores marítimos no solo atacaban barcos y pueblos costeros sino que también se aventuraban en tierra firme, por lo que las primeras grandes ciudades, Atenas, Tiro o Micenas entre otras, se trasladaran de 3 a 15 kilómetros hacia el interior ya que los piratas no iban más lejos en tierra debido a las dificultades para escapar.

Hubo piratas como Policrates de la isla de Samos que llegó a controlar 100 embarcaciones. En el año 515 antes de C. controlaba todas las costas Griegas. Su control fue tan grande que llegó a cobrar un impuesto a los barcos por atravesar sus mares.

La piratería se convirtió en un lucrativo negocio, los piratas surcaban el Mediterráneo en busca de grandes botines. Oro, marfil, trigo, ánforas de vino y sobre todo seres humanos para pedir rescate o venderlos como esclavos. Los alrededores de Creta, famosa por su mercado de esclavos, eran conocidos como «el mar Dorado». Cilicia y Delos eran también refugios de piratas con prósperos mercados de esclavos. Estrabón relata cómo se vendían hasta diez mil esclavos en Delos en un solo día. Ser raptado por piratas y vendido como esclavo era tan común que consistía en uno de los temas favoritos de los dramaturgos de la antigua Grecia.

Grandes historiadores de la antigüedad, como Heródoto, Tucídides o Hesiodo escribieron aventuras de piratas.

Según fuese el punto de vista y los intereses comerciales entre potencias, la piratería se consideraba como una forma de vida completamente honorable. Ulises relata en la Odisea:

“Desembarcamos valientemente en lugar hostil,
Y saqueamos la ciudad,
y destruimos la raza,
Sus mujeres hicimos cautivas,
sus posesiones compartimos,
Y todo soldado encontró una recompensa similar.”

 

En los siglos posteriores la piratería se convirtió en un problema importante. En Cilicia (sudeste de Turquía) e Iliria (Balcanes occidentales) las tribus costeras habían creado su propio tipo de embarcación, el lembus, un barco pequeño y rápido que surgía de las calas ocultas en la costa para atacar barcos más pesados.

Cuando los romanos se adueñan del Mediterráneo, establecen el monopolio del comercio de esclavos. Para acabar con la piratería, nombran a Pompeyo el Grande, proconsul de los mares y se le otorga el mando supremo sobre el mar y las costas. Tenía una flota de 500 barcos y más de 125.000 hombres con los que, en un mes, derrota a los piratas que merodeaban Sicilia. Después acabo con la ciudad de Corocesion, el nido de piratas cilicios que asolaban las costas del Egeo, Palestina y Egipto.

El Mare Nostrum se convierte en la principal vía comercial, la más rápida y eficaz, el transporte de materias primas, como el grano, cuesta hasta 60 veces menos que por tierra.

 

Edad Media

Con la caída del Imperio Romano, volvió la inseguridad a los mares al entrar en escena los pueblos del norte, una temida raza de guerreros, los vikingos, que durante los siglos VI al XI sembraron el terror en la Europa medieval.

Los poblados vivían atemorizados ante la amenaza de una incursión vikinga. Tras su visita la única esperanza era la de seguir con vida ya que todo lo demás era arrasado, robado o violado por estos piratas del mar.

El miedo era su mejor arma, una vez que desembarcaban para tomar una ciudad, hacían sonar a golpes sus escudos y quemaban todo a su paso para crear miedo y facilitar una rápida rendición, lo que les permitía volver cuanto antes a sus naves con el botín.

Partiendo de sus campamentos efectuaron todo tipo de incursiones en el mar del Norte, el Cantábrico y el Mediterráneo. La distancia a la que llegaban sus correrías fue aumentando, en la medida que aumentaban sus conocimientos de la costa y los ríos navegables.

Ante los continuos ataques vikingos Abderramán II creo la primera flota naval y militarizó las costas de Al-Ándalus.

En la Edad Media, la rivalidad entre cristianos y musulmanes hizo que el Mediterráneo se convirtiera en un nuevo campo de batalla. La progresiva expansión del Islam, que consideraban una forma de Guerra Santa la piratería contra los infieles, lo convierte en un temible peligro para los reinos cristianos y las órdenes militares que gobernaban en islas como Chipre, Rodas y Malta.

 

 

Tanto los monarcas cristianos como los sultanes musulmanes delegaban sus ataques de guerra a corsarios, a los que dan permiso estatal para asaltar un barco considerado enemigo y recibir a cambio una parte del botín. El permiso recibía el nombre de patente de corso y con él la piratería quedaba legalizada siendo, a menudo, usada como arma política y militar.

 

En 1336 Pedro IV de Aragón propuso a las Cortes utilizar la patente de corso para que las acciones piratas sirvieran a los intereses del reino, “pro facendo guerram dictis infidelis” (para hacer la guerra a los llamado infieles). Guillem de Castellnou, anexionó la costa alicantina a la corona de Aragón, Conrad de Llançà, acosó la costa bereber, Roger de Llúria, derrotó a los franceses en las inmediaciones de Malta, Galceran Marquet, Romeu de Corbera, Bernat de Vilamarí y muchos otros marinos catalanes convirtieron la piratería en un oficio relativamente honorable.

 

Edad Moderna

Con el descubrimiento de América, la actividad corsaria se traslado al Atlántico y al mar Caribe, allí se encontraban las riquezas, el oro, la plata y, en especial, la rivalidad entre Inglaterra, Francia y la Corona Española.

 

Entre tanto, una nueva amenaza asola el Mediterráneo, los corsarios berberiscos que atacaban los navíos y los puertos de la península Ibérica, las Baleares, Sicilia y el sur de la península Itálica. La Corona Española, potencia dominante de la época, habría acabado con ellos de no ser porque eran parte de la estructura militar de su gran rival, el Imperio Turco Otomano.

 

La conquista del Reino de Granada por los Reyes Católicos, hizo que muchos musulmanes, llenos de odio, se desplazaran al Norte de África. Unos fueron vendidos como esclavos, otros se unieron a la piratería berberisca convirtiéndose en efectivos guías ya que conocían la lengua, la orografía y las costumbres de la península y, en tierra, contaban con el apoyo de otros andalusíes que reclamaban las tierras invadidas como suyas. Además, los reyes católicos, con la pretensión de controlar la marina de sus reinos, prohibieron las acciones de corso de sus vasallos con lo que el amplio litoral ibérico quedó desprotegido.

Las incursiones, al mando de míticos piratas como Barbarroja (Hızır bin Yakup) o Dragut (Turgut), eran acciones rápidas de desembarco y saqueo para conseguir un botín y hacer cautivos, en ocasiones más de 6.000 en una sola razia o ataque sorpresa. Cualquier cristiano hecho prisionero estaba condenado, salvo contadas excepciones, a acabar sus días como esclavo, miles de desgraciados desaparecían sin dejar rastro.

 

 

 

Cuando las galeras llegaban a puerto en las costas del norte de África, los cautivos eran conducidos a enormes prisiones, los baños, unos corrales o patios rodeados por celdas en las que penaban los cautivos. Allí, en terribles condiciones, esperaban que se les clasificase, según la clase social, conocimientos o características físicas. Algunos, tras el pago de un rescate, eran devueltos a sus familias. A otros se les enviaba al gran mercado de esclavos, donde eran vendidos como ganado para ser, utilizados en la realización de trabajos forzados. Y, los menos afortunados, remaban en las galeras hasta morir. En cuanto a las mujeres, las de mayor edad se encargaban, como criadas, de la limpieza y mantenimiento de las casas de grandes señores, las muchachas jóvenes, convertidas en concubinas, renovaban los enormes harenes del Mediterráneo.

 

Las ordenes de trinitarios y mercedarios, fundadas para redimir a los cristianos cautivos en tierra musulmana, mediaban entre la familia y los secuestradores para pagar el rescate y conseguir el retorno de los desfavorecidos, se habla de unos 100.000 rescatados.

Las violentas incursiones de los piratas, causaron auténtico terror en la costa por lo que grandes espacios quedaron despoblados, las poblaciones del litoral se fueron trasladando a las alturas, o más al interior, para evitar sorpresas de ataques repentinos, y poder ganar tiempo para organizar la defensa. Solo las ciudades importantes, que disponían de fortificaciones o suficientes tropas estables se mantuvieron en la costa.

La piratería berberisca tenía sus bases en la costa africana, desde Marruecos hasta Túnez. Puertos como Bujía, Orán, Túnez, Trípoli, Salé, Argel, Tánger, Peñón de Vélez de la Gomera, Sargel, Mazalquivir, incluso Malta, se convirtieron en bases donde abastecerse, reparar los navíos, encontrar tripulación y establecer mercados donde vender a los cautivos.

 

 

 

Carlos I, atacó los puertos africanos en los que los piratas tenían sus bases. A pesar del éxito, conseguido en 1535, en la toma de Túnez al mando del almirante otomano Barbarroja. Fracasos como la campaña de Argel hicieron que la lucha del emperador en el Mediterráneo no obtuviera resultados positivos, las distintas guerras que tenía en Europa le impidieron utilizar todos los recursos disponibles.

 

 

 

 

 

 

El emperador Carlos I creó un proyecto de defensa militar frente a los ataques berberiscos con la construcción de una serie de torres vigía en lugares estratégicos de la costa mediterránea, Su hijo, Felipe II, continuo con el proyecto, uno de los más ambiciosos de la época, destinando una gran cantidad de recursos económicos. En 1568 encargó al virrey de Valencia, Vespasiano I Gonzaga, la inspección y proyecto de construcción de la red de fortificaciones de la costa del Reino de Valencia para lo que conto con el prestigioso ingeniero militar Juan Bautista Antonelli. También encargó a su comisionado real Luis Bravo de Laguna el proyecto de fortificación de las costas occidentales de Andalucía.

 

 

Ante el aumento de poder del Imperio Otomano en el Mediterráneo con la invasión de Chipre, la conquista de Bugía o el sitio de Malta, el Papa Pío V encomendó a Felipe II el liderazgo de la lucha contra la amenaza turca en el Mediterráneo. La monarquía hispana, Venecia y el Papado fundaron la Santa Alianza que, en 1571, al mando del infante don Juan de Austria, derrotó a la flota turca en la batalla de Lepanto.

 

 

 

Tras Lepanto aumento la piratería cristiana contra los estados musulmanes. Desde las islas de Rodas y Malta, la orden de Malta, consigue nuevas posesiones en el norte de Africa, como Orán, Ceuta, Tanger o Melilla. Los corsarios cristianos también atacaban los navíos musulmanes desde las posesiones españolas de Italia. Las galeras españolas, al mando de veteranos de las guerras imperiales de los Austrias, actuaban por su cuenta dando caza a los bajeles musulmanes o se agrupaban para asaltar y saquear ciudades de berbería. El más conocido de estos corsarios es Alonso de Contreras, que dejó testimonio de sus aventuras en su autobiografía “Vida del capitán Contreras”.

No obstante, esta gran victoria cristiana no supuso la detención del avance turco en el Mediterráneo. La guerra solo se detuvo con la firma de una tregua con el Imperio Otomano en 1580.

 

 

 

 

Edad Contemporánea

Durante el siglo XVIII, los corsarios berberiscos aprovechan que el dominio marítimo español en el Mediterráneo ha quedado debilitado tras la Guerra de Sucesión con la pérdida de Orán y Mazalquizir. Carlos III fracasa en el intento de conquistar Argel, finalmente negocia una paz que, tras ceder posesiones norteafricanas, pone fin a la piratería en las costas hispanas.

En este siglo se construyeron algunas torres más para reforzar la red de Felipe II o en zonas desprotegidas como el litoral de Almería, Ibiza y Formentera.

 

 

 

 

 

 

La piratería en el Mediterráneo termina de forma definitiva a comienzos del siglo XIX cuando Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos dejar de pagar tributos a los reyes berberiscos y realizan una serie de campañas de castigo contra la base corsaria en Argel que, tras ver destruida gran parte de su flota, cayó en 1830 ante la armada francesa, que a partir de esta plaza crearía la colonia de Argelia.

 

 

El corso Mediterráneo fue abolido de forma oficial en el Congreso de París del 16 de abril de 1856. Dejaron de ser necesarias las torres de vigía y muchas de las fortificaciones de defensa que aún se pueden ver en la costa Mediterránea.